Comentario
En la gigantesca cuenca del Amazonas, que comprende gran parte de Brasil y las vertientes selváticas de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, existen todavía una serie de grupos indígenas sobrevivientes de una larga tradición cultural que se remonta a siglos antes de la conquista española. Son grupos tribales, horticultores, pescadores y cazadores que han sabido adaptarse a un medio ambiente tan especial como es el de la selva tropical amazónica.
El más importante producto agrícola es la mandioca amarga que, dada su toxicidad, requiere un largo proceso de preparación para eliminar el jugo venenoso y se cultiva por el sistema de tala y quema del bosque. La pesca es el más importante recurso secundario obtenida por procedimientos diversos, entre ellos el uso de plantas tóxicas en el agua, y aunque la caza no representa un recurso significativo, se practica fundamentalmente con cerbatana.
Los asentamientos, de un centenar a un millar de personas como mucho, se componen de habitaciones uni o multifamiliares, en forma cónica o rectangular, de estructura endeble o de casas sólidas de madera y palma.
El comercio, de larga tradición, y la movilidad de los pueblos, se ve favorecido por los numerosos sistemas fluviales, para lo que se utilizan canoas ahuecadas en un tronco, en aguas mansas, y piraguas de corteza en zonas de rápidos.
Dada la escasez de ropas, la técnica textil de fibras silvestres y algodón doméstico se dedica a la confección de hamacas, taparrabos y bandas para ceñir los miembros. La cestería está muy extendida para todo tipo de recipientes y para esteras, aventadores y tipitís (prensas de mandioca), y la cerámica es común, aunque no la piedra, dada su escasez en la zona.
Este modelo general no ha sido constante a lo largo de todo el proceso cultural del área ya que en un momento dado y en unas regiones concretas hizo su aparición el llamado Estadio de Agricultura Subandina, que supuso la introducción de una agricultura intensiva y la aparición de un estilo de cerámica peculiar y verdaderamente espectacular. Es el estilo del horizonte polícromo, que se ha localizado entre 600 y 1300 d. C. en el oriente de Ecuador y de Perú, curso medio del Amazonas e isla de Marajó, en la desembocadura del mismo.
Arqueológicamente se han detectado otros grandes estilos cerámicos, verdaderos horizontes que significan influencias diversas e incluso modelos culturales algo diferentes y sobre los que se ha establecido la cronología del área. El horizonte Rayado en zonas, aproximadamente entre 500 a. C. y 500 d. C., representa la introducción de la cerámica en el área, de orígenes poco claros y un estadio de horticultura incipiente. El horizonte de Borde inciso, desde comienzos de la Era cristiana hasta el 900 d. C., es ya un modelo característicamente amazónico. Y el horizonte Inciso y punzonado, desde 1500 d. C. hasta época histórica y que también representa a un modelo tradicional cultural amazónico.
El horizonte polícromo significó en la Amazonía, no solamente un impresionante y especial desarrollo artístico, sino también una mayor complejidad social que fue el que posibilitó ese arte característico. Asistimos entre esas fechas a una concentración de la población y a una permanencia más larga en campos y poblados.
En la isla de Marajó, tal vez la fase cultural mejor conocida por las excavaciones intensivas allí realizadas, se han encontrado montículos artificiales, generalmente en las orillas de los ríos y de las lagunas, formados por la acumulación de desechos de las habitaciones. Con cada grupo de montículos de habitación se encuentra asociado por lo menos un montículo funerario, destacado por su tamaño. Los entierros más antiguos eran secundarios y se hacían en urnas de cerámica. Junto a los huesos se colocaba una tanga también de cerámica, algunos cuencos y huesos de animales. En ocasiones los huesos se pintaban de rojo. Posteriormente la cremación desplaza al enterramiento secundario, las urnas se hacen más pequeñas y desaparecen las tangas. Existe un tratamiento diferencial en los enterramientos, agrupando varias urnas alrededor de una determinada y colocando otros cuerpos directamente en el suelo, diferencias que debieron corresponder con variaciones de rango en vida.
La gran cantidad de tiestos, decorados o lisos, la enorme cantidad de tangas votivas y de banquillos de cerámica, hacen pensar que los cementerios eran escenarios de algún tipo de elaborado ceremonial.
La manifestación artística más llamativa de este horizonte cultural es la cerámica, con un estilo hasta cierto punto general, pero con evidentes características locales. Elemento común es la policromía, que juega fundamentalmente con tres colores, blanco, negro y rojo. Generalmente se cubren las cerámicas de un grueso engobe blanco sobre el que se trazan los diseños en los otros dos colores, pero la adición de otras técnicas, como la excisión, la incisión, la utilización de dos engobes de color diferente, o la adición de elementos modelados, producirá variaciones regionales. Esas variaciones se referirán también a las diferencias formales y particularmente a las de las urnas funerarias.
Son bien conocidas las cerámicas de la Fase Napo, en el oriente ecuatoriano, que se ha clasificado en cuatro tipos lisos y dieciocho decorados. Las formas más comunes son cuencos altos de base cónica con el extremo redondeado, ligeramente cerrados hacia el interior, grandes formas semejantes a una palangana, cuencos con el perfil curvo, cuencos de paredes abiertas y base plana, formas como de maceta con base de pedestal y vasos cuadrados.
Las técnicas decorativas combinan la incisión, la excisión, el pintado y el modelado sobre una superficie lisa o más frecuentemente engobada en rojo o blanco, combinándose la mayoría de ellas en un mismo ejemplar.
El tipo más llamativo es el Rocafuerte Pintado del que se consideran tres variedades. La primera utiliza diseños curvilíneos de líneas finas y anchas sobre una superficie engobada en blanco. En la segunda variedad los diseños se complican, en negro sobre blanco, en forma de bandas que delimitan campos de líneas punteadas, o líneas continuas y estrechas, o bien modelos pseudonegativos, dibujando el motivo con una fina línea, rellenándolo a continuación y dejando la superficie sin pintar como el elemento decorativo dominante. La tercera variedad, polícroma, combina la pintura negra y roja sobre engobe blanco. Los motivos, difíciles de descubrir, se basan en arreglos complicados de elementos asimétricos dibujados a base de líneas rectas y curvas. Se emplean además repetidamente espirales, ganchos, figuras en forma de S, elementos escalonados y paralelos, utilizando normalmente la pintura negra para diseñar los elementos principales y la roja para acentuar, rellenar o delimitar.
Todas las formas y técnicas decorativas abundan en los sitios de habitación, siendo la única forma no doméstica la urna funeraria. De carácter antropomorfo, varían en su perfección o realismo, pero despliegan una variedad considerable en la interpretación de los rasgos faciales. La representación más común es la de un individuo en posición sedente, desnudo, con una característica pintura facial alrededor de los ojos y sobre las mejillas, lóbulos de las orejas perforados y un peinado en forma de cola. Las piernas y los brazos están abultados por el uso de bandas apretadas.
En la cerámica marajoara destaca la utilización de un doble engobe, el primero de color blanco o crema y rojo el segundo. La capa superficial se incide finamente, llegando así hasta la capa blanca o incluso se perforan las dos, dejando los motivos en una especie de relieve. Los diseños decorativos son a base de espirales, óvalos, diamantes, cruces, produciendo siempre una especie de abigarramiento de líneas, en las que predomina lo curvilíneo en una especie de juego sensual que parece estar en correspondencia con la aparente exuberancia del medio tropical.
Esta elaborada cerámica y la complejidad de su técnica lleva a la conclusión de la existencia de un grupo especializado dedicado a su elaboración. La idea se refuerza en Marajó, donde la cerámica utilitaria presenta una sorprendente uniformidad tanto en la forma de los bordes como en el diámetro de las vasijas que sólo son comprensibles si se han producido en serie, en talleres especializados. Y es precisamente esta especialización la que revela la existencia de unas sociedades bastante más complejas que las que corresponden al modelo tradicional amazónico, cuya existencia, orígenes y desaparición, constituyen todavía uno de los problemas pendientes más apasionantes de la arqueología suramericana.
Habría que detenerse también en la consideración del estilo cerámico más extravagantemente modelado de toda la América prehispánica, excelente representante del estilo inciso y punzonado, perteneciente a la fase cultural mejor conocida de dicho horizonte. Bien representada en las proximidades del bajo Tapajoz, a lo largo del curso principal del Amazonas y en sus afluentes, desde el Xingú hasta Manaos, la cultura se caracteriza, entre otras cosas, por su ausencia total de enterramientos.
La cerámica mejor conocida es la de Santarem, que utiliza como desgrasante el cauixi, o espículas de esponja de agua dulce. La superficie se deja de color natural, tostado o crema, observándose en ocasiones restos de pintura roja y amarilla.
Dos son las formas más características, vasos en cuellos verticales estrechos y dos elaboradas alas que llevan generalmente figuras animales en bulto redondo, y cuencos sostenidos por figurillas humanas que hacen la función de cariátides, mientras que el cuerpo del cuenco se rodea con un anillo de figuras animales modeladas en bulto. Ambos tipos descansan sobre bases anulares y decoración incisa y punzonada, a base de motivos curvilíneos, se despliega en cuerpos y bases. Aves de diferentes especies, caimanes, ranas y sapos, todos se entremezclan abigarradamente sobre los vasos produciendo una curiosa sensación y haciendo que nos preguntemos por la función de tan aparatosa y aparentemente poco utilitaria cerámica.
Los primeros viajeros europeos narran cómo los cadáveres de los nativos se dejaban a la intemperie hasta que la carne se desprendía. Luego molían los huesos y los ingerían bebiéndolos en el transcurso de ceremonias funerarias. ¿Habrían servido estas vasijas tan especiales para una función semejante? No tenemos contestación por el momento.